Uno de los productos característicos de la zona es sin duda, el vino copiapino.
Me preguntaba del origen de este noble elixir y fui a buscar las respuestas a donde las uvas queman, me refiero donde “Fajardo”.
Cámara en mano me dirigí a media mañana al callejón el Inca con calle Los Carrera donde vive don Celestino Fajardo, uno de los últimos y mas auténticos productores de vino de la región.
Estaba entre vino o chicha pero opté por el primero. Qué mejor que un litro de vino copiapino añejo para compartir con los amigos. Enseguida me ofrece un cortito de degustación va en busca de mi botella.
El lugar es muy especial, se respira a campo. Es como si la ciudad que avanza urbanizándolo todo, haya hecho a una tregua con esta estancia manteniéndola intacta con el pasar de los años.
La sala de ventas es una pieza con una única ventana con barrotes de fierro fundido, en cuyo interior se almacenan unas cuantas botellas de chicha, vino rosé, tinto y añejo.
Una banca de madera sombreada por un enorme palto y otros árboles hacen de la estadía un verdadero relajo desde donde se puede leer un letrero a modo de advertencia:
“La mujer que se emborracha con añejo copiapino es muy seria con su marido, y se ríe con el vecino”
En eso regresa don Celestino con mi vinito entre sus manos y entablamos una agradable charla.
Don Celestino Fajardo Troncoso nació en el valle de Copiapó un 21 de septiembre de 1923. Miembro de una familia minera, labor que también ejerció desde los 14 a los 17 años.
Entre los años 40 al 73 trabajo en la estación de ferrocarriles en pleno apogeo de la era de las locomotoras, desempeñándose como ferroviario maquinista de locomotoras a vapor y más adelante las diesel.
En 1944 compró la estancia donde actualmente vive y produce su vino.
Fue por el año 47 donde don Celestino o Chelo, como le dicen sus amigos, comienza a experimentar y aprender, de manera autodidacta la elaboración de la chicha y el vino.
En los comienzos su producción bordeaba los 200 litros al año. Hoy cuenta con 6 hijuelas (terrenos) las que le permiten alcanzar una producción anual de 20 mil litros, donde claramente en el mes de septiembre, las ventas se disparan al doble de el resto de
los meses.
Haciendo un poco de historia, nos cuenta que a mediados del siglo pasado, el vino que se consumía en la región y en el norte del país era traído desde el sur y a muy alto precio lo que motivó a los productores locales a entrar en el negocio.
Así nacieron las grandes producciones de don Carlos Porchile, la Hacienda Toledo, Jotabeche, entre otros, quienes más adelante, con el “boom” de la exportación de la uva paulatinamete cerraron sus viñas.
Esto dio vida por otra parte a la aparición de nuevos productores como los señores: Alberto Contreras, José Revello, Chicardini, Juan Reinueva, Pedro Ávila, Cirilo Heredia, Nacif Vichara, Oscar Troncoso, entre otros, que de forma más artesanal y en menores cantidades dieron vida a lo que hoy conocemos como el delicioso vino copiapino.
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